Tú,
que sopesas mi deseo de pecar
y de acudir a aquel instinto,
sigues queriendo y deseando
aquello que jamás te daré.
Tú,
que pudiste arroparme de ti
y yo que te quise tanto,
quedará sólo cuestionarnos,
cómo voló el tiempo.
Ahora, mi amiga del alma,
puedes seguir aquel camino que trazaste
sin arrepentimientos, ni lagrimas de esas
que jamás quise conocer de ti.
© Edgardo Miguel Vázquez
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