Novato,
primerizo,
se confía demasiado.
Descuidado,
rutinario,
va y comete el mismo error.
Entregado absurdamente a su mirada
y no le teme a nada,
ni a aquel caro ratero de emociones,
de miradas,
que contempla fuertemente,
pacientemente,
colmarse de aquella mujer ajena,
sin temor,
sin indicios de conciencia.
Mientras ella,
quien emana tentación,
logra la caída de quien era de esperarse
y se ganan su terruño en el infierno,
despiadados,
victimarios,
se hacen uno en el peor de los descuidos.
Edgardo Miguel Vázquez © 2010
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